El cuerpo migrante como presa
De por qué no pude ver los vídeos de nazis persiguiendo a vecinos de origen extranjero
Queeride:
Intenté ver los vídeos de Torre Pacheco. Empecé en varias ocasiones, deslizando historias en Instagram. En bucle. Ahí estaban. Un perfil tras otro. Los cuerpos corriendo. Los gritos. Las piedras. Pero no pude.
En Torre Pacheco, Murcia, un grupo de hombres blancos (jóvenes, sanos, enfurecidos) sale de cacería. Usan esa palabra. Cacería. Perseguir a vecinos de origen marroquí por las calles. Reventar tiendas, lanzar botellas, grabarlo todo para colgarlo en redes. Reírse. Sentirse valientes. Como si fueran a salvar a alguien o a salvarse a sí mismos.
Luego, esos mismos cuerpos (los que persiguen, los que pegan, los que aúllan) volverán a casa. Se sentarán a cenar. Pelarán una naranja. Morderán un melocotón. Y no sabrán, o no querrán saber, que esa fruta fue recogida por las mismas manos que golpearon hace unas horas. Que llevan en la boca el trabajo del cuerpo que acaban de agredir. Que se tragan, sin darse cuenta, las huellas de quienes quisieron borrar. Porque en ese mismo municipio, en los últimos siete años, se han producido más de 90 detenciones por explotación laboral de personas migrantes en el campo: sin contrato, sin alta en la Seguridad Social, a un euro la caja.
Se acepta al inmigrante si no parece humano. Como se acepta la carne cuando ya no tiene forma de animal. Se tolera al que limpia, al que cuida, al que sirve, al que no habla. Al que no se enamora, al que no exige derechos. Al que está de paso, aunque lleve aquí veinte años. El inmigrante se acepta cuando no se nota. Cuando desaparece.
Eso es lo que duele. Que los cuerpos no blancos sólo puedan existir si están desactivados. Que la única vida posible sea la vida útil para otro.
Y sin embargo, esos cuerpos son los que sostienen este país. Y esos cuerpos también están hechos de historia, de memoria, de antepasados cruzando fronteras, de exilios, de mezclas. Igual que el del f*cha. No hay cuerpo que no venga de otros cuerpos. No hay pureza que no sea inventada.
Llamar cacería a una agresión no es solo un lenguaje peligroso: es una forma de borrarlo todo. Es decir que ese cuerpo no es un sujeto, sino una presa. Y una presa no sufre: huye, sangra, se cae, se olvida.
Quizá por eso no pude ver los vídeos de Torre Pacheco.
Porque sé que si los viera enteros, dejaría de ver.
Porque en sus gritos reconocí algo demasiado cercano.
Nos leemos entre líneas.
Un abrazo,
Á.
Es horrible lo que está pasando. Lo has dicho todo y muy bien. Gracias.
Gracias por esto. ❤️🩹